lunes, 14 de marzo de 2016

El precio de un adorador

El precio de un  adorador

 El significado de la palabra griega en el Nuevo Testamento traducida más a menudo como "adoración" (proskuneo) es "postrarse delante" o "arrodillarse delante." La adoración es una actitud del espíritu. Debido a que es una acción interna e individual, los cristianos adoran constantemente, los siete días de la semana. Cuando los cristianos se reúnen formalmente en el culto, el énfasis aún debe estar en adorar individualmente al Señor. Aún como parte de una congregación, cada participante debe estar consciente de que está adorando a Dios en un plano individual.

La naturaleza de la adoración cristiana es de adentro hacia afuera, y tiene dos cualidades igualmente importantes. Debemos adorar "en espíritu y en verdad" (Juan 4:23-24). Adorar en espíritu no tiene nada que ver con nuestra postura física. Tiene que ver con lo más hondo de nuestro ser y requiere 

varias cosas. Primero, debemos nacer de nuevo. Sin el Espíritu Santo habitando dentro de nosotros, no podemos responder a Dios en adoración, porque no lo conocemos. ""Nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Corintios 2:11). El Espíritu Santo dentro de nosotros es quien vigoriza la adoración, porque en esencia está glorificándose a Sí mismo, y toda verdadera adoración glorifica a Dios.

En segundo lugar, adorar en el espíritu requiere de una mente centrada en Dios y renovada por la verdad. Pablo nos exhorta a "presentar vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento" (Romanos 12:1, 2). Sólo cuando nuestras mentes dejan de estar centradas en las cosas materiales para centrarse en Dios, podemos adorar en el espíritu. Distracciones de todo tipo pueden inundar nuestras mentes cuando tratamos de alabar y glorificar a Dios, dificultando nuestra verdadera adoración.

En tercer lugar, sólo podemos adorar en el espíritu si tenemos un corazón puro, abierto y arrepentido. Cuando el corazón del Rey David estaba lleno de culpa por su pecado con Betsabé (2 Samuel 11), se dio cuenta de que no podía adorar. Sentía que Dios estaba lejos de él, y "gemía todo el día," sintiendo que la mano de Dios se agravaba sobre él (Salmo 32:3, 4). Pero cuando confesó su pecado, la comunión con Dios fue restaurada y le brotaban la adoración y la alabanza. Comprendió que "los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; el corazón contrito y humillado" (Salmo 51:17). La alabanza y la adoración a Dios no pueden provenir de corazones llenos de pecados inconfesos.

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